AMERICAN BACKYARD | 

PATIO TRASERO AMERICANO


Sand Dragon No.2, Algodones Dunes, CA

Nicknamed by the border patrol agents as “The Sand Dragon,” this seven mile, forty million dollar section of floating wall is designed to shift above the ever changing sands of the largest active dune field in the United States. 

Apodado por los agentes fronterizos como “El dragon de Arena” este tramo de muro flotante de siete millas de largo y cuarenta millones de dolares esta diseñado para desplazarse encima de las arenas siempre cambiantes del mayor campo de dunas activo de los Estados Unidos. 

Among many, many other things, the post-election political climate of 2017 offered a stark context for confronting cultural differences within the U.S. In many ways a crucible, it suddenly brought into high focus the integrating and fragmenting processes that bind this country together--and then divide it again, to form new ideological patterns, or lapse back to old ones. The U.S.-Mexico border is one such facet of the revolving national psyche that tends to resurface at fashionable times for nationalism, isolationism, and xenophobia. 

Through a blend of portraiture and topographical studies of infrastructure imposed on the landscape, American Backyard looks at the found reality of American lives on the border through the voices of those that occupy these spaces. Various cultural and political processes, which may be ambiguous elsewhere in the country, are amplified at the border. In an environment where the movement of both people and goods are vigilantly regulated, examined, and controlled—and where federal laws regularly don’t apply—questions of social injustice and discrimination are matters of resounding consequence. Beyond talk of The Wall, there is a larger, less transparent story to be told about our Borderlands to do with acculturation, surveillance, diversity and compassion. 

Entre muchas, muchas otras cosas, el clima político postelectoral de 2017 ofreció un contexto claro para enfrentar la diferencia cultural dentro de los EE. UU. En muchos aspectos fue un crisol, de repente enfatizó los procesos integradores y fragmentadores que unen a este país: para luego dividirlo nuevamente, para formar nuevos patrones ideológicos, o volver a los antiguos. La frontera entre Estados Unidos y México es una de las facetas de la conciencia nacional rotatoria que tiende a resurgir en los tiempos de moda para el nacionalismo, el aislacionismo y la xenofobia.

A través de una combinación de retratos y estudios topográficos de la infraestructura impuesta en el paisaje, American Backyard analiza la realidad de las vidas estadounidenses en la frontera a través de las voces de quienes ocupan esos espacios. Varios procesos culturales y políticos, que pueden ser ambiguos en otras partes del país, se amplifican en la frontera. En un entorno en el que el movimiento de personas y bienes se regula, examina y controla de forma vigilante y donde las leyes federales no se aplican con regularidad, las cuestiones de injusticia social y discriminación son importantes. Más allá de hablar de El Muro, hay una historia más grande y menos transparente que contar acerca de nuestras tierras fronterizas que tiene que ver con la aculturación, la vigilancia, la diversidad y la compasión.

Ralph Luna, Brownsville, TX

Ralph Luna would have voted for Trump in 2016 if he hadn't been convicted of a felony. He didn't tell us about the crime and we didn't ask. He’d rather be known as a father of eight, a Trump guy, an ex-oil worker and a veteran long-haul truck driver who has a t-shirt from every state except Hawaii. When we asked Ralph where his strong approval for Trump came from, his first response was the border wall — the one running along the back of his South Texas property. “C.Y.A.” Ralph explained, summing up Trump's immigration policy in one acronym: “Cover Your Ass.” He felt increased border security was a good idea for many reasons. "I used to see a lot of people coming to work in the fields. Now it’s cartels, drugs...a lot of people get food stamps and don’t work, even the Mexicans. I know at least a hundred people that do that. They don’t work - they work the system."

Photograph by Elliot Ross, text by Genevieve Allison 

Ralph Luna, Brownsville, TX

Ralph Luna habría votado por Trump en 2016 si no hubiera sido condenado por un delito grave. No nos contó sobre el crimen y nosotros tampoco preguntamos. Preferiría ser conocido como padre de ocho hijos, un tipo de Trump, un ex trabajador petrolero y un veterano conductor de camiones de larga distancia, que tiene una camiseta de todos los estados excepto de Hawai. Cuando le preguntamos a Ralph de dónde venía su fuerte aprobación hacia Trump, su primera respuesta fue el muro fronterizo, el que se extiende a lo largo de la parte trasera de su propiedad en el sur de Texas. "C.Y.A." Ralph explicó, resumiendo la política de inmigración de Trump en un acrónimo: "Cúbrete el culo". Sintió que el aumento de la seguridad fronteriza era una buena idea por muchas razones. "Yo solía ver a mucha gente venir a trabajar al campo. Ahora son carteles, drogas ... mucha gente recibe cupones de alimentos y no trabajan, incluso los mexicanos. Conozco al menos un centenar de personas que hacen eso. Ellos no trabajan, ellos trabajan el sistema ".

Fotografía de Elliot Ross, texto de Genevieve Allison 

Jaymin Martinez, Brownsville, TX

When we met Jaymin Martinez, her quinceañera had been an extreme focal point of her young life for a matter of years. Months had passed since the party, but her pink tulle dress still hung in the center of her bedroom, animated by a teenager’s dreams and the occasional gust of wind. "I started very late," Belinda Martinez said, admitting she began planning her daughter Jaymin's quinceañera only nine months out. "People spend two, three, four years." For even the humblest ceremony, there's the venue, catering, dress, tiara, bouquet, toasting glasses, photographers, videographer, professional portrait, photo album, band, and decorated Hummer, limo, or truck.

Until the 1980s, this centuries-old celebration—primarily a Mexican girl's rite of passage into womanhood on her 15th birthday—wasn't widespread in Hispanic communities in the US. It was simply too expensive. Today, however, Hispanic consumers in the US have more purchasing power, and it's increasing at a compound annual growth rate of 7.5 percent—more than twice as fast as the 2.8 percent growth for the total US. In the past five years alone, it has reached $1.38 trillion. As a result, the quinceañera business is a booming industry in South Texas. A party typically costs between $5,000 and $20,000.

One evening when we joined the Martinez family for homemade tacos, Jaymin told her parents, "I also want a sweet sixteen." George, a soft-spoken hardware assistant at Lowe's who takes a keen pride in his children, reminded her gently, "We'll still be paying off your 15th." In recent years, the Martinez family has faced several hardships—and still, they felt it was important to continue this Tejano tradition.

One block from the border fence, the Martinez home is tidily decorated with western-themed curios and family pictures. Out of the chaparral that buffers the street from the border fence, traffickers and smugglers regularly appear, even in broad daylight. "Spotters" for the cartel vigilantly patrol the street, as do Customs and Border Patrol, who many believe to be corrupt. "You just don't know who you can trust," George said, explaining why in his Brownsville community there was an aire of insularity even amongst neighbors and friends. The quinceañera had given the family a rare chance to bring family and friends together, honor a centuries-old tradition, and celebrate a fifteen-year old’s glowing, proud, and indomitable dreams.

Photograph by Elliot Ross, text by Genevieve Allison 

Jaymin Martínez, Brownsville, TX

Cuando conocimos a Jaymin Martínez, su quinceañera había sido un punto extremadamente importante de su joven vida por cuestión de años. Habían pasado meses desde la fiesta, pero su vestido de tul rosa todavía colgaba en el centro de su habitación, animado por los sueños de una adolescente y la ocasional ráfaga de viento. "Comencé muy tarde", dijo Belinda Martínez, admitiendo que comenzó a planear la quinceañera de su hija Jaymin solo nueve meses después. "La gente pasa dos, tres, cuatro años". Incluso para la ceremonia más humilde, está el lugar, el catering, el vestido, la tiara, el ramo, los vasos de brindis, los fotógrafos, el camarógrafo, el retrato profesional, el álbum de fotos, la banda y el Hummer, la limusina o el camión decorados.

Hasta la década de 1980, esta celebración centenaria —principalmente el rito de paso de una niña mexicana a la feminidad en su 15º cumpleaños— no estaba muy extendida en las comunidades hispanas en los Estados Unidos. Simplemente era demasiado caro. Hoy, sin embargo, los consumidores hispanos en los EE. UU. Tienen más poder adquisitivo, y está aumentando la tasa de crecimiento anual compuesta del 7.5 por ciento, más del doble de rápido que el crecimiento total de los EE. UU. del 2.8 por ciento. Solo en los últimos cinco años, ha alcanzado $ 1,38 billones. Como resultado, el negocio de las quinceañeras es una industria en auge en el sur de Texas. Una fiesta generalmente cuesta entre $ 5,000 y $ 20,000.

Una noche, cuando nos unimos a la familia Martínez para comer tacos caseros, Jaymin les dijo a sus padres: "También quiero un dulce dieciséis". George de voz suave y  asistente de ferretería en Loewe, que se enorgullece profundamente de sus hijos, le recordó gentilmente: "Todavía pagaremos tu quinceañera". En los últimos años, la familia Martínez ha enfrentado varias dificultades, y aun así, sintieron que era importante continuar con esta tradición Tejana.

A una cuadra de la cerca fronteriza, la casa de los Martínez está pulcramente decorada con curiosidades de temática occidental y fotos familiares. Fuera del chaparral que protege la calle de la valla fronteriza, aparecen regularmente traficantes y contrabandistas, incluso a plena luz del día. Los "observadores" del cartel patrullan vigilantes la calle, al igual que la Aduana y la Patrulla Fronteriza, que muchos consideran corruptos. "Simplemente no sabes en quién puedes confiar", dijo George, explicando por qué en su comunidad de Brownsville había un aire de aislamiento incluso entre vecinos y amigos. La quinceañera le había dado a la familia una rara oportunidad de reunir a familiares y amigos, honrar una tradición centenaria y celebrar los sueños brillantes, orgullosos e indomables de una quinceañera.

Fotografía de Elliot Ross, texto de Genevieve Allison 

Tony and Melissa Solis, South Point, TX

"I don't have a backyard, I have a border fence," Melissa Solis tells us on a warm spring evening while picking grapefruit off her fruit tree. She and her husband Tony live in a modest single-family ranch style home on a quiet rural stretch east of Brownsville, Texas. Here the urban sprawl gives way to lush cabbage fields and large fenced in yards with horses and chickens roaming about. In 2007, when construction of the fence started on their land that has been in the family for generations, "All my mom did was cry. (...) You know, you come to realize in the United States, you can't really be free, it's just like any other country," Melissa, a school administrator, tells us. But beyond the constant specter of the fence and its political presence, Melissa laments their erosion of privacy most now that border protection patrol vehicles have round-the-clock access to their property. Despite all these infractions and the 16-foot high eyesore, Melissa admits with an air of reluctance, “The fence does make me feel somewhat safer.”

Photograph by Elliot Ross, text by Genevieve Allison 

Tony y Melissa Solis, South Point, TX

"No tengo un patio trasero, tengo una valla fronteriza", nos dice Melissa Solís en una cálida tarde de primavera mientras recogía pomelo de su árbol frutal. Ella y su esposo Tony viven en una modesta casa estilo rancho unifamiliar en un tranquila zon rural al este de Brownsville, Texas. Aquí, la expansión urbana deja paso a exuberantes campos de col y grandes patios cercados con caballos y gallinas deambulando. En 2007, cuando comenzó la construcción de la cerca en su tierra que ha pertenecido a la familia durante generaciones, "Todo lo que mi madre hizo fue llorar. (...) Sabes, te das cuenta en los Estados Unidos, no puedes realmente ser libre, es como en cualquier otro país ", nos dice Melissa, una administradora de la escuela. Pero más allá del fantasma constante de la cerca y su presencia política, Melissa lamenta el deterioro de la privacidad más aún ahora que los vehículos de patrulla de protección fronteriza tienen acceso las 24 horas a su propiedad. A pesar de todas estas infracciones y la monstruosidad de 16 pies de altura, Melissa admite con cierta reticencia: "La cerca me hace sentir un poco más segura".

Fotografía de Elliot Ross, texto de Genevieve Allison 

John Ladd, Naco, AZ

The land that John Ladd and his forebears have ranched for a hundred and twenty years shares a perimeter with the international boundary line, which a 16-foot steel bollard wall now delineates. Over the years he has become somewhat of a local spokesman on the issue, giving long and lucid equivocations on matters of immigration, border enforcement policy, and the complicity of corporate America in the nation’s reliance on illegal cheap labor. 

“Have you figured out Border towns yet?” he asked, without waiting for an answer. “Everyone’s related and they don’t recognize that there’s a border,” he summarized with clear logic, laced, as it were, with uncharitable undertones. “They want to make it a humanitarian issue, not a constitutional issue.” The problem, he explained, is not that the United States lacks the resources to manage the border responsibly, but that it fails to employ them effectively. And although he worries about ISIS and democratically-voting Mexicans coming across the border, he doesn’t think that a bigger wall is going to do anything to stop them or that the current one does that either. 

“In the remote areas, the rugged areas, it's a waste of money. Here, it’s 4 million [dollars] a mile. The whole secret is, if you have enough manpower and you enforce the law, you don’t need a fence. But we don't do any of it. Because it's deliberate from our government to let this happen. There’s so much money and power in it. It's not about immigration it's about smuggling. And its money... We do need a legitimate work program. Our food system in America is completely dependent on illegal labor. NAFTA—that’s part of the problem too. It isn't working.”

Ladd was now out of his truck. He stood next to us, thumbs wedged in his pockets, and looked at the fence. He had the flinty gaze and a compactness that seemed to characterize the local gene pool. “We don’t need immigration reform,” he continued, “We need to enforce the laws we already have. We’ve been talking about this for twenty years. It's too expensive to build jails, courthouses and hire attorneys, so then we come in and start spending 4 million a mile—that’s a little hypocritical to me. The biggest thing for this is showing it on TV back East or Midwest and saying ‘this is our southern border—how can anyone or anything get across that?’ That’s what we call a dog and pony show.”

Photograph by Elliot Ross, text by Genevieve Allison 

John Ladd, Naco, AZ

La tierra que John Ladd y sus antepasados ​​han criado durante ciento veinte años comparte un perímetro con la línea fronteriza internacional, que ahora delinea un muro de acero de 16 pies. A lo largo de los años, se ha convertido en un vocero local sobre el tema, dando largos y lúcidos equívocos sobre asuntos de inmigración, política de control fronterizo y la complicidad de las empresas estadounidenses en la dependencia de la nación de la mano de obra ilegal ilegal.

"¿Ya descubriste las ciudades fronterizas?", Preguntó, sin esperar una respuesta. "Todos están relacionados y no reconocen que hay una frontera", resumió con una lógica clara, mezclada, por así decirlo, con matices poco caritativos. "Quieren que sea un problema humanitario, no un problema constitucional". El problema, explicó, no es que Estados Unidos carezca de los recursos para administrar la frontera de manera responsable, sino que no puede emplearlos de manera efectiva. Y aunque le preocupa que ISIS y los mexicanos con voto democrático crucen la frontera, no cree que un muro más grande vaya a hacer nada para detenerlos o que el actual lo haga tampoco.

“En las áreas remotas, las áreas escarpadas, es una pérdida de dinero. Aquí, son 4 millones [dólares] por milla. El secreto es que, si tienes suficiente mano de obra y haces cumplir la ley, no necesitas una valla. Pero no hacemos nada de eso. Porque es deliberado de nuestro gobierno dejar que esto suceda. Hay tanto dinero y poder en esto. No se trata de inmigración, sino de contrabando. Y su dinero ... Necesitamos un programa de trabajo legítimo. Nuestro sistema alimentario en Estados Unidos depende completamente del trabajo ilegal. NAFTA, es también parte del problema. No está funcionando".

Ladd ya estaba fuera de su camión. Se paró junto a nosotros con los pulgares metidos en los bolsillos, y miró la cerca. Tenía la mirada pedernal y  una compacidad que parecía caracterizar el acervo genético local. "No necesitamos una reforma migratoria", continuó, "necesitamos hacer cumplir las leyes que ya tenemos. Hemos estado hablando de esto durante veinte años. Es demasiado costoso construir cárceles, juzgados y contratar abogados, para que vengamos ahora y comencemos a gastar 4 millones por milla, eso es un poco hipócrita para mí. Lo más importante para esto es mostrarlo en televisión de nuevo o en el Medio Oeste y decir "esta es nuestra frontera sur, ¿cómo puede alguien o algo cruzar eso?" Eso es lo que llamamos un programa de perros y ponis ".

Fotografía de Elliot Ross, texto de Genevieve Allison 


ELLIOT ROSS

Elliot Ross is an internationally exhibited photographer based in Colorado with a BFA from the Savannah College of Art and Design. His work has been widely published, with notable appearances in National Geographic, TIME, The Guardian, Vice and The Atlantic. His work focuses on the American condition and human stories that explore spaces in transition. Among these ideas include projects that address the rapidly changing American arctic, the proliferation of surveillance, and the divisive nature of geopolitical borders including the plight of refugees seeking asylum in Europe and stories from marginalized American communities of the U.S. / Mexico borderlands.

Elliot Ross es un fotógrafo de exposición internacional basado en Colorado con un BFA del Savannah College of Art and Design. Su trabajo ha sido ampliamente publicado, con notables apariciones en National Geographic, TIME, The Guardian, Vice y The Atlantic. Su trabajo se centra en la condición americana y las historias humanas que exploran los espacios en transición. Entre estas ideas se incluyen proyectos que abordan los rápidos cambios del ártico americano, la proliferación de la vigilancia y la naturaleza divisoria de las fronteras geopolíticas, incluyendo la difícil situación de los refugiados que buscan asilo en Europa y las historias de las comunidades americanas marginadas de las tierras fronterizas entre Estados Unidos y México.

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